Un poquillo de brete


Sé que no he escrito nada desde hace semanas. Honestamente no he estado de ánimos para hacerlo. Sin embargo esta semana me llegó una orden de trabajo de esas conservadoras (iba a decir: ¨chafas¨) y decidí compartirla con ustedes. La orden consistía en desarrollar el texto con la historia de El Gallito Industrial pues estamos desarrollando la campaña interactiva para esa marca en conmemoración a sus 100 años y dicho contenido se requería para el website. Como toda historia de empresa consolidada, está llena de fechas y logros relevantes para "ellos", así que traté de darle una vuelta para que fuera algo más interesante de leer y que dejara alguna especie de impresión, especialmente en quienes hemos vivido toda nuestra vida con la marca. Ojalá les guste:

100 años pasan en un abrir y cerrar de ojos


Desperté en 1909 pero en lugar de abrir los ojos, abrí mis puertas. Mi nombre es Gallito, seguramente me conoces bien o por lo menos haz oído hablar de mi.

Mi papá se llamaba Raúl Odio Herrera, tenía apenas 17 años cuando nos presentaron cerca del costado oeste del Mercado Central en San José. También era contador de profesión aunque nunca ejerció como tal. Recuerdo que al conocerme me dijo al oído: “Algún día vas a ser muy grande, pero la gente te seguirá viendo como un chiquillo”.

Al principio nos costó mucho, recuerdo ver a papá y sus 2 empleados corriendo como locos cuando se descomponía el molinito de cacao o la tostadora de café. Con el paso del tiempo y mucho esfuerzo, más y más gente de la Capital nos visitaban regularmente; venían a comprarnos café y por supuesto a comer nuestros famosos pancitos de cacao.

Un día alguien trajo unos chocolates que se llamaban Menier, todo el mundo hablaba de ellos porque los hacían en Francia y eran muy ricos. Papá pensó que a lo mejor él podría fabricar unos parecidos para vender, entonces comenzó a experimentar.

Como les conté al principio, él era contador y no científico; mucho menos repostero o chocolatero, pero déjenme decirles que su falta de conocimiento y experiencia la conpensaba con determinación. Él decía: “cacao y azucar ya tengo, lo que me falta son los moldes”. Ni lerdo ni perezoso se puso detrás de unos y los consiguió; los sacó de una antigua fábrica que había cerrado hace años.

Hubieron muchos intentos fallidos: los chocolates sabían amargos o salían deformes con la manteca de cacao. Entonces papá se mandó a traer un libro desde Inglaterra para ver cómo lo hacían los europeos, y de hecho, aprendió!

Por fin en 1920, papá nos dio a probar el Milán, la dulce y deliciosa barrita de chocolate que todos conocemos. De ahí en adelante todo fue más sencillo. Empezamos a vender no solo chocolates y café, sino también abarrotes y otros artículos de primera necesidad. Crecimos mucho en las siguientes 2 décadas y la fábrica de chocolates ya no daba abasto. Ya para entonces fabricábamos nuestra propia azúcar y manteca de cacao. Hasta tuvimos que comprar maquinaria nueva más grande traída desde Alemania!

En un periódico de 1950 salió que la banca se había nacionalizado, entonces papá y mi hermano Óscar decidieron pedir un crédito para separar la fábrica de chocolates del almacén. Con esa plata me trasladaron hasta Guadalupe donde teníamos más espacio para crecer. La producción aumentó y a los Milán se les unieron la Tapita, luego vinieron los caramelos de leche, confites, pastillas de mentas y violetas, entre muchos otros. Por más de 20 años nos dedicamos no solo a producir dulces y chocolates sino también a exportarlos al resto de Centroamérica y luego a Europa para que cada vez más personas pudieran difrutarlos.

Un día en 1979, mi hermano me preguntó si quería salir en televisión. Le respondí que yo no sabía de esas cosas y me daba algo de pena pues recién me habían cambiado la cara por la roja redondeada que ya ustedes conocen. Luego me dijeron que yo no tenía que actuar nada, solo salir de frente y que un grupo famoso de la época llamado “Abracadabra” estaba preparando la música. Entonces acepté. Me llevaron a un estudio y escuché la canción; se llamaba “La cascada de chocolate”. Me encantó!

Después de eso todo el mundo me reconocía. ¡No lo podía creer! la gente me veía en la calle y sonreía. Yo les sonreía de vuelta; pero tuve que parar un momento en 1986 cuando papá falleció.

Nunca me había sentido más triste, sentí que perdí una gran parte de mí mismo. Entonces recordé que solo a través mío la memoria de papá seguiría viva; por eso agarré la gran sonrisa que lo caracterizaba, la puse en mi boca y la hice propia.

La gente me apoyó mucho dándome nuevas fuerzas para continuar. Hasta le pusieron mi nombre a una rotonda que construyeron frente a la planta y lo usan como punto de referencia. Incluso al día de hoy -que la rotonda no existe y la planta se trasladó de nuevo- lo siguen usando. No tienen idea de cuánto se los agradezco.

Este año cumplo 100 años, el Almacén cuenta ya con varias sucursales en el Gran Área Metropolitana y vendemos muchos artículos para fiestas. La nueva planta para la fabrica de dulces y chocolates es grandísima e increíble. Todo se mejoró muchísimo con la ayuda de unos amigos gringos llamados Kraft Foods (dicen que son los más grandes de por allá).

Hoy cierro los ojos y parece que fue ayer cuando solo existían las ganas de trabajar de papá. Los vuelvo a abrir, me veo al espejo y sigo viéndolo a él en mi cara como el fruto de su trabajo que soy.

Lo curioso del asunto es que después de tanto tiempo, papá tenía razón; me sigo sintiendo “como un chiquillo”.